Gandía.
Aquel año, los inseparables de la numerosa pandilla de amigos eran Edu, Germán, José Luis, Pepe y Siso. Excepto el primero, los otros formaban parte del equipo de natación, aunque Germán no se lo tomaba tan serio como el resto. Durante la semana, el punto de reunión era en un banco junto a la estación del ferrocarril de Alcoy, que ellos denominaban “el banquito de las chapas”, por cómo quedaba el suelo de los alrededores, lleno de escupitajos que tenían la costumbre de tirar mientras fumaban, sobre todo Pepe; no decía cinco palabras seguidas sin escupir. Pero, el que de verdad los igualaba a todos era la pasión por la música y las chicas. Salían con un grupo de amigas y todos los chicos tenían su preferida. A José Luis le gustaba Pepa, a Edu, Marga, a Germán, Maribel, a Pepe, Amparo, y a Siso, Conchin. Los sábados iban al cine y los domingos hacían guateques en casa de la abuela de Pepe, o en el taller de niquelado del padre de Juan –otro de los amigos-.
Los grupos y cantantes de música rock y pop hacían estragos entre la juventud. The Beatles, The Rolling Stones, Cliff Richard & The Shadows, The Kinks, Eric Burdon & The Animals, The Who, Trini López, Enrique Guzmán y Los Teen Tops, Dúo Dinámico, Los Sirex, Los Mustang, Lone Star, Los Pekenikes, Los Top-Son, Los Relámpagos, Luis Aguilé, Mike Ríos, Johnny Halliday, Silvie Vartan, Los Surfs, Domenico Modugno, Nicola di Bari, Mina, Rita Pavone y un largo etcétera conformaban el panorama musical de principios de los años sesenta.
La radio y la incipiente televisión eran los escaparates que informaban el abastecimiento de la música pop y rock que se hacía, tanto en España como el ámbito internacional. “El Gran Musical”, presentado por Tomás Martín Blanco, y “Discomania”, por Raúl Matas, eran los programas de radio que tenían más audiencia. En televisión se emitían los espacios “Escala en Hi-Fi”, presentado por el cantante Mochi, y “Discorama”, dedicado al jazz y al rock, conducido por Pepe Palau los domingos a mediodía, después de las noticias y antes de la telesèrie “Bonanza”, que todos los amigos veían y después comentaban. También las revistas “Discóbolo” y “Fonorama” publicaban toda la información relacionada con el mundo de la música pop-rock.
José Luis era el único que sabía tocar la guitarra. Tenía un don natural para la música y enseguida sacaba a la guitarra el acompañamiento de cualquier canción que escuchara por primera vez. Los compañeros estaban maravillados de esta cualidad que tenía; además, si tenemos en cuenta que quién sabía tocar la guitarra ligaba con las chicas con más facilidad, no es de extrañar, pues, que todos quisieran aprender.
Era costumbre de la pandilla ir a casa de José Luis las tardes de los fines de semana a tomar café; después, jugaban a cartas (panguingue o póker), escuchaban música y a menudo lo sustituían por clases de guitarra que les daba José Luis. Edu y Germán enseguida cogieron el punto y fueron aprendiendo a buen ritmo; Siso no los pudo seguir y, desencantado, lo dejó.
Edu se lo cogió con verdadero interés y en pocos meses sabía tanto como su maestro. Se compró una guitarra y tocaban a dúo temas de The Shadows, que los amigos escuchaban con delectación. Pronto sintió la necesidad de expresar más amplia y profundamente su obsesión musical y buscó y encontrar algunos amigos con quién formar un grupo de música. Este fue el principio de una larga y gratificante carrera musical que continuaría profesionalmente a lo largo de su vida.
-Sabeis qué? Estamos formando un grupo musical y el el próximo sábado quiero ir a Valencia a ver guitarras eléctricas, amplificadores, micrófonos y todos los instrumentos que se necesitan. Quién me quiere acompañar? –dijo exultando Edu a los amigos un domingo por la tarde, mientras jugaban una partida de cartas en casa de José Luis.
-Qué dices! De verdad? Me alegro mucho. Yo me apunto para ir a Valencia –dijo inmediatamente Siso.
-Ey! Muy bien, Edu, te felicito. Seguro que triunfaréis. Yo también me apunto para ir –añadió Germán, dándole un golpecito a las espaldas.
Como José Luis permanecería en silencio, Edu se le dirigió.
-Y tú? No dices nada?
-Con quién haréis el grupo? Los conozco? –preguntó José Luis.
-De momento somos tres. Pepe, a la batería, Rafa, de cantante, y yo a la guitarra. Ya buscaremos alguien más para tocar el bajo y la otra guitarra. Tú me dijiste que no querías participar, pero si te lo has repensado, todavía estás a tiempo.
-No, yo no puedo. Ya me gustaría, pero se lo pregunté a mis padres y no me dejan –respondió decepcionado.
-Y tampoco vendrás a Valencia?
-No, el el próximo sábado tengo que ir a Beniarrés con mi padre.
-Pues yo no pienso pedir permiso, porque seguro que no me dejarán –afirmó Germán.
-Ni yo tampoco –dijo Siso.
-Por cierto, como iremos? Supongo que en auto-stop, no? –preguntó Germán.
-No sé, yo había pensado ir en autobús. Ahora que, si queréis... –respondió Edu, no demasiado convencido.
-Sí, hombre, sí, vamos en auto-stop y nos ahorramos el dinero del billete –corroboró Siso.
-Y ya tenéis dinero para comprar los instrumentos? –preguntó José Luis.
-Aún no, solo quiero ir para conocer los precios y saber cuánto dinero necesitaremos –respondió Edu.
-Y de donde sacaréis las pelas? –inquirió Siso.
-Pues, todavía no lo sabemos. Yo tengo unos pocos ahorros, de algunos cuadros que he vendido -tenía unas dotes innatas para el dibujo y la pintura, que practicaba con verdadero arte sin tener que esforzarse mucho-, pero no creo que sea suficiente –contestó Edu, sin perder el entusiasmo.
-Ya está! Sabéis qué podríais hacer para sacar pelas? Una rifa –dijo Siso, como si se le hubiera encendido una luz.
-Una rifa? Como? –preguntó Edu con interés.
-Sí, hombre. Hacéis unos talonarios de números y los vendéis a todo el mundo. Dais un premio al número que coincida con el sorteo de los ciegos. Esto lo hacen todos los años los de no sé qué falla y siempre ganan mucha pasta.
-Y esto como se hace? –Edu empezaba a interesarse de verdad.
-Pues, mira. Imprimís mil boletos, con los números del 000 al 999, a cinco pesetas cada número, con la fecha del día del sorteo. Esto hacen cinco mil pesetas si los vendéis todos. Al número que coincida con el premio que salga de los ciegos, le dais de premio mil pelas y todavía ganáis cuatro mil. Y si no aparece nadie reclamando el premio, todo son beneficios. Qué te parece? –le dijo todo seguido.
-Pero, esto se puede hacer? No hay que pedir permiso a nadie? -Edu no las tenía todas.
-No, no hace falta. Solo ponéis en el boleto “A beneficio de ...” no sé, algo que cuele, por ejemplo, “asociación de pobres amigos de la música”. Qué te parece? –dijo Siso, que todo lo veía con optimismo.
-Ostia!, esto podría ser la solución –Edu empezaba a ver las puertas del cielo abiertas.
-Si quieres, nosotros te podemos ayudar a vender los números, no? –preguntó dirigiéndose a los otros chicos- Pero haría falta que lo hicierais todos los componentes del grupo y que os ayudaran las hermanas, hermanos, primas y primos a venderlos a los colegios donde van a estudiar, las tiendas del barrio y todo el mundo que conozcáis. No debe de ser fácil vender mil números.
-Mañana mismo hablaré con los otros del grupo. Seguro que están todos de acuerdo. Ostia, Siso, qué idea más buena –dijo agradecido Edu.
-Pero el sábado iremos a Valencia, no? –preguntó Germán.
-Sí, sí, está claro, y ahora con más motivo, porque así podré prever lo que podremos comprar, si todo va bien –concluyó feliz Edu, a quién Siso le había contagiado su innegable optimismo.
***
La rifa fue un éxito. Vendieron casi todos los números a parientes, amigos y conocidos. Incluso llegaron a venderlos a la gente que paseaba por la calle. La lástima fue que sí que apareció una persona con el número premiado y exigió el premio de ”Un pergamino valorado en mil pesetas”. Con las ganancias pudieron comprar alguno de los instrumentos que necesitaban, aunque no todos ni de la calidad que hubieran deseado.
Un domingo por la tarde, cuando el grupo ya llevaba unas semanas ensayando, invitaron todos los amigos de la pandilla a un concierto, en casa de la abuela de Pepe, en el mismo lugar donde hacían guateques. Edu tocaba la guitarra solista; Orengo, el bajo; José Luis, la guitarra rítmica; Pepe, la batería; y Rafa cantaba. Tenían un pequeño amplificador donde enchufaban todos los instrumentos. En medio del bombo, Edu había pintado con letras exóticas el nombre del grupo: Los Brumas. Iniciaron la audición con una canción que estaba mucho de moda aquellos días, “Popotitos”.
Mí amor entero es de mí novia Popotitos,
sus piernas son como un par de palillitos
y cuando a las fiestas la ivito a bailar
sus piernas flacas se parecen quebrar.
Popotitos no es un primor
pero baila que da
pavor a mí Popotitos yo le di mi amor.
Popotitos baila rock and roll
y no la ves ni cono la luz del sol
es tan delgada que me hace pensar
que en plena lluvia no se va a mojar.
Popotitos no es un primor
pero baila que da
pavor a mí Popotitos yo le di mí amor.
Cuando hace viento parece volar
a miss universo nunca va a llegar
cono Popotitos me voy a casar
y en adelante la voy a alimentar.
Popotitos no es un primor
pero baila que da
pavor a mi Popotitos yo le di mí amor.
-
Bravo!
-Muy bien!
-Fantástico!
-De puta madre!
-Sois cojonudos!
Todos los amigos y amigas que llenaban la pequeña sala, agradablemente sorprendidos, aplaudían entusiasmados y enardecidos por la brillante versión que habían escuchado de la conocida canción. La mayoría de los presentes nunca antes habían asistido en vivo a un concierto de música rock-pop y les pareció de lo más extraordinario. Los integrantes del grupo, orgullosos de su actuación, comprobaron satisfechos la parte positiva de los numerosos ensayos que habían realizado, viendo la alegría y euforia con que los amigos los apoyaban. Acababa de nacer el primer club de fans de Los Brumas. Aquel día el guateque lo hicieron, en parte, con música en directo.
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